“El éxito de un entrenador no es el número de medallas que consiga; mi logro es enseñarle a nadar a un niño” Alexander Klokov


    Alexander Klokov

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    Despedimos hoy al maestro, al entrenador, al deportista, pero especialmente al maravilloso ser humano que orientó durante varios años la Escuela de Natación de Compensar.

    Por Felipe Ortiz Valencia

    Hacía poco tiempo que estábamos estrenando las instalaciones del CUR de Compensar y entrenando en una de las mejores piscinas del Colombia. Compensar le apostaba duro a la natación, por lo que decidieron traer a quien fuera entrenador de la selección olímpica de Rusia, Alexander Klokov. Estaba todo dado para el inicio de un proceso que impulsó la natación de Bogotá y que inició la historia de Compensar como uno de los mejores clubes de natación del país.

    Carlos Triana, su compañero y uno de los mejores entrenadores del Colombia, sabía mucho de natación, pero de ruso, como todos nosotros, ni poquito. Por eso Alexander contó con el servicio de una traductora. Irina seguro traducía literalmente las palabras de Alex, pero con un tono totalmente diferente. Alexander, enojado y frustrado por el poco compromiso de sus nuevos nadadores, tenía que conformarse con las traducciones que en voz baja y con tono dulce y amoroso, nos transmitía Irina. Seguro que esto obligó a Alex a lanzarse al agua y practicar su español, quizá sin saber que más adelante pondría su corazón a conversar con nosotros, con la dulzura de un padre que nunca deja de exigir a quienes tanto ama.

    Podría apostar que la primera palabra que Alexander aprendió en español fue “normal”. Claro, después me enteré de que en ruso la palabra normal, (нормальный), se pronuncia prácticamente de la misma manera. En todo caso, todo era normal para él. Podía uno bajarse 10 segundos en 100 metros mariposa o ganar una medalla de oro, e igual a la salida de la piscina, después del ritual de estrecharle a uno la mano y mostrarle los tiempos registrados por él en su cronómetro, Alexander terminaba la conversación con su palabra favorita de todo el rico vocabulario ruso y español: “normal”. Era difícil de entender qué podía complacer a Alexander o cuando podría uno recibir de su parte palabras de júbilo que estuvieran cargadas de emoción por los logros obtenidos. Mucho después fue que vine a entender sus razones y es quizá por esto por lo que le guardo un cariño tan inmenso.

    Cuando Alexander llegó a Colombia, la primera tarea que nos puso fue que escribiéramos nuestras metas y definiéramos muy bien hasta dónde queríamos llegar con la natación. De un equipo de más de 150 personas en su momento, sino es que más, solo una persona, Juan Gabriel López, entregó la tarea. Yo, por mi parte, ¡le quedé debiendo esa vaina al hombre! Fueron varias las veces que Irina tuvo que traducir el pedido de Alexander de que, por favor, entregáramos la tarea. Después de un tiempo Alex decidió dejar de insistir. ¡Bañistas! nos decía, y no sin razón. Nunca lo dijo como una ofensa. De hecho, solíamos reírnos de sus palabras. Pero en el fondo, así duela, cargaban una dosis muy alta de verdad.

    En efecto, para nosotros representaba mucho una medalla en un nacional o un torneo suramericano o centroamericano. Para Alexander, acostumbrado a entrenar con nadadores olímpicos en una de las mejores selecciones del mundo, esto no pasaba de ser algo “normal”. Un logro apenas digno de unos muy buenos bañistas. Nacido él en el país de las grandes gestas descritas en Guerra y Paz, de los vencedores en las batallas que llevara a derrotar a las fuerzas de Hitler o del mismísimo Napoleón, debía ser muy duro encontrarse con unos colombianos cuya mentalidad estaba dominada por el realismo mágico. Éramos, o somos, un país que aún celebra haber empatado 4-4 con la URSS o 1-1 con Alemania. Me pregunto que pudo haber pensado Alex cuando vio que el país se fue de rumba porque le ganó 5-0 a Argentina en un partido de eliminatorias. Así de pequeña resulta la mente de un país que no está acostumbrado a ganar y que no sabe, como bien lo ha aprendido el pueblo ruso, a pagar el precio para salir victorioso ante las más grandes adversidades. Como decía, me tomó tiempo comprender porque Alexander era tan difícil de complacer. Aunque era obvio que, mientras nosotros no cambiáramos nuestra mentalidad, Alexander estaría trabajando para entrenar bañistas.

    Sin embargo, por más bañistas que fuéramos, nadie nos quita lo profesionales que éramos en la materia. Nos contagiamos del deseo de superación y tuvimos muchas alegrías y triunfos como equipo de natación. Sembró Alex un ambiente que respondía muy bien a nuestra idiosincrasia y respetó el mamagallismo del colombiano. Mientras otros entrenadores eran muy estrictos con los espacios de juerga, Alexander aprendió a respetarlos, e incluso, a disfrutarlos. Aún lo recuerdo después de un torneo en Cali, con unos traguitos encima, como se disfrutaba la música en vivo y los bailes de un grupo de música colombiana que pasaba por nuestras mesas.

    Alexander se encariñó con sus nadadores como nunca lo hizo con alguno de sus nadadores rusos. Bueno, al menos eso quiero creer. En Colombia, Alexander abrió su corazón y soltó ese carácter frío tan característico del pueblo ruso. Contaba chistes, muchos de ellos difíciles de entender, y compartía su sabiduría con nosotros desde el más grande cariño. Se enamoró de Colombia y fue aquí donde vivió sus mejores años. Todo ayudó para sembrar en nosotros un espíritu de complicidad que gestó en el grupo un fuerte sentido de equipo, así como amistades absolutamente entrañables. Grandes personas, de los mejores valores humanos, salieron del grupo que comandaba Alexander. Estoy seguro de que esto no fue casualidad.

    Alexander fue más que un entrenador para todos nosotros. En mi caso, le guardo un cariño inmenso por todo lo que hizo por mí. Y debo decir que los pocos logros que obtuve de la natación, (normales por demás), no son nada comparado con las grandes enseñanzas que trajo para mi vida. Fue Alexander la persona que confió en mí en un momento de mi vida donde yo tenía cualquier cosa menos autoconfianza. Me puso a entrenar en el carril 7 de la piscina de Compensar junto con otros grandes nadadores a quienes yo sin duda admiraba. En mi carácter tímido y desconfiado, que ocultaba tras un ego del que hoy día me avergüenzo, Alexander me abrió las puertas para que socializara con grandes personas a las que les guardo un enorme afecto. Alex me entrenó en silencio, no para hacerme un nadador olímpico o un campeón nacional, sino para librarme de mis miedos e inseguridades. Alex confió más en mí de lo que yo mismo lo hacía. Él sabía que, como muchos de nosotros, podíamos llegar mucho más lejos de lo que nosotros mismos creíamos. Por eso nos repetía constantemente que nos faltaba cabeza utilizando el rusoñol: “¡Aló, cabeza!” Obviamente, seguido de palabras incomprensibles en un ruso jamás permitido por los mismísimos Pushkin, Dostoievski o Tolstoi.

    En 1999, seis meses antes del CCCAN, yo me había subido mucho mis tiempos y estaba haciendo 2:12 en 200 libre. Es decir, era un bañista con todos los méritos. Le dije a Alex que quería participar en el CCCAN y el volvió a darme su voto de confianza a pesar de que sabía que estaba lejos de poder participar por Colombia. Pero esta vez Alex me ayudó a ponerle cabeza. Llevaba tiempo trabajando en la técnica, algo en lo que Alexander insistía muchísimo. Me tenía contando las brazadas por cada piscina, buscando reducir su número, y haciendo plan de carrera para irme aprendiendo los pasos por cada 50 metros. Me fue preparando para ir bajando los tiempos de a poco, torneo tras torneo. Alexander me conocía y sabía que yo tenía que aprender a confiar en mí. Con metas cortas, que yo viera viable, fui poco a poco mejorando, bajando de a dos o tres segundos. Ya para el CCCAN, estaba haciendo 2:02 y pude participar en el relevo de la selección Colombia en la que ganamos oro.

    Es la única medalla que guardo, porque me acuerda, no tanto del resultado, sino de la importancia que tuvo para mí el ponerme metas pequeñas para ir ganando confianza interior. Alexander me regaló como lección que la autoconfianza no es la causa sino la consecuencia. En otras palabras, no necesitaba autoconfianza para poder nadar, sino más bien necesitaba nadar para tener autoconfianza. Alex me deja como legado la importancia de comenzar, de atreverse a superar desafíos pequeños para ir cultivando la confianza interior. A pesar de que las inseguridades no me abandonan, porque siguen rondando mi mente, fue él quien sembró la luz de la fe en mi interior y por eso lo recuerdo con tanto afecto. Y aunque yo le he retribuido muy poco, no dejo de agradecer por todo lo que aportó a mi vida personal. Mi cariño hacia él es enorme y el dolor que queda con su partida también. Pero me quedó con su legado, su sabiduría y enseñanzas que logró sembrar en tantas personas a las que impactó. Hay en todos nosotros una parte de Alexander, de Galina, su esposa maravillosa, y de Sasha, nuestro hermano querido. Quienes tuvimos la oportunidad de compartir con Alexander los años 1993 a 2003, mientras trabajó en su casa, Compensar, guardamos el vivo recuerdo de su presencia y la capacidad de transmitir las enseñanzas de un ruso que llegó a traernos su mentalidad de superación y que se llevó de vuelta mucho amor en su corazón.

    La última vez que vino a Colombia almorcé con Galina y con él. Esta vez, en medio de la conversación, mostró su orgullo y felicidad al ver el crecimiento personal y profesional de todos sus nadadores. Para Alexander, ya nada era normal. Todo su trabajo había valido la pena.

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